jueves, 5 de noviembre de 2009

Una noche lúgubre en Plaza Dorrego

Las nubes de color gris plomo copan el cielo nocturno de Buenos Aires. Desde siempre, las personas han asociado a la luz con la vida y a la oscuridad de la noche con la muerte, por eso los hombres han inventado artefactos que iluminan. Podemos descubrir que durante la noche hay vida, pero, a veces, muy diferente de la que estamos preparados para ver.
Ha dejado de llover, no obstante, el adoquinado del barrio de San Telmo permanece húmedo aún; también el solado de la plaza Dorrego y sus veredas, como la que limita al sur con la calle Humberto Primo, que no es la excepción. De ese lado y sobre la esquina que da al pasaje Aieta gran parte de la plaza y de la acera se transforma en un patio cubierto, debido a un ombú que moldea caprichosamente un toldo natural con sus ramas.
Sobre la acera está parada “Gaby”, quien aburrida, mira su reloj y ve al número diez cubierto por las dos agujas. “La noche está muy pesada”, se queja en voz alta, como si alguien le hubiera preguntado en ese momento ¿Qué te pasa? Es una piba con más de veinte abriles vividos. Tiene bordado en color azul eléctrico sobre el escote de una blusa blanca, su nombre, y dos palabras más arriba de él: “Todo Mundo”, que es el bar para el cual trabaja. Ella, atiende las mesas que el encargado del local hizo desplegar debajo del gigante y frondoso árbol. Solo cinco comensales, que tal vez sean alemanes o ingleses, están consumiendo y charlando en voz baja. Alrededor de ellos, algunas personas hacen las cosas que la mayoría de la gente normal hace en una plaza por la noche. Ya no quedan chicos jugando; es lunes, y mañana tienen que ir a la escuela.
Sonidos de tango, blues y rock surgen desde los bares y restaurantes que rodean el predio de cemento y flotan en la atmósfera bohemia del lugar.
Los pocos autos estacionados sobre Humberto Primo están mojados y cubiertos de hojas. Idéntico camuflaje tiene una gran cantidad de bolsas blancas, negras y de otros colores que están en la misma calzada, agrupadas en los frentes de las casas que miran hacia la explanada turística, y a la espera de que “los muchachos del camión” las carguen con destino al basurero municipal.
El vaho que se desprende de los bultos no es fuerte, pero con solo mirarlos, la mente los evoca. La moza de “Todo Mundo”, que sigue parada en el mismo sitio, intenta observar otras cosas más placenteras, pero solo atina a mirar su reloj, otra vez. Ya son las 11 de la noche, faltan dos horas para que termine su trabajo. De repente, se distrae. Observa como dos nenas, de unos diez años, juntan varios grupos de bolsas de residuos y las amontonan sobre la pared de una de las casas. Una viste minifalda de jeans, medias rayadas con varios colores, remera blanca de manga corta, zapatillas celestes. Gaby la ve muy bonita y piensa que, por su tipo, bien podría ser hija de los rubios extranjeros que están cenando en la plaza. A la otra nena, no la ve tan especial como a la rubiecita, pero es muy linda también, su ropa se nota vieja y gastada, tiene una remera negra manga larga, un pantalón jogging color gris, un buzo celeste atado de la cintura, zapatillas blancas, y su pelo es de color castaño.
Las dos nenas al mismo tiempo abren los envoltorios plásticos y como si buscaran dulces, introducen sus manos y revuelven. Buscan cosas al tacto, luego, las juntan en una bolsa, cuyo contenido ya habían tirado previamente al suelo. Revisan muchas bolsas más, hasta quedar adentro de un anillo de plásticos, papeles, mugre y desperdicios. Parece que estuvieran dentro de un “pelotero” pero sin pelotitas… con basura. Un patrullero de la policía pasa por el lugar, pero a sus tres ocupantes no les llama la atención la escena.
Una viejita muy elegante cruza la calle y camina en dirección a las niñas y cuando está llegando hasta ellas les pregunta: “¿Qué están buscando chicas? Ellas mantuvieron la atención en la búsqueda, asimismo, segundos después le respondieron: “Nada, juguetes”. La señora ya estaba parada junto a ellas y las chiquitas sonrieron sin poder disimular sus nervios. Ella hizo otra pregunta, “¿Sus papis donde están?”, e inmediatamente agregó. “Ustedes no pueden buscar juguetes en la basura.” Una mujer desde la esquina de Defensa y Humberto Primo empezó a gritar en ese momento: “Marina, Claudia, vengan acá; insistió un par de veces más. Cada reiteración tenía un tono más severo. Con las manos llenas de objetos sucios, Marina y Claudia, comenzaron a caminar primero y a correr después, en dirección a la mujer desgarbada que las llamaba.
A Marina y Claudia no les importó dejar a la anciana, sin entender lo que estaba sucediendo, apesadumbrada y sola entre el basural. Ella miraba a las criaturas que se dirigían hacia el bajo, junto a la señora que las había llamado desde la esquina. Las perdió de vista. Como si las tres hubieran ingresado en una cuarta dimensión de ciencia ficción, desaparecieron abruptamente entre las sombras de Humberto Primo a la altura de la iglesia Nuestra Señora de Belén, cuya construcción data de 1735. En ese momento la abuela reflexionó: “¿Será que las luces de la noche sirven para que los muertos finjan que están vivos?"

3 comentarios:

  1. Me gustó mucho la última parte. Es cierto que cada persona tiene un punto de vista diferente. Yo quizás hubiera hecho más hincapié en las dos nenitas, porque me gusta mas fijarme en las personas que en el ambiente. Pero sin dudas está muy bien logrado, sobre todo el contrapunto entre la plaza y la vereda de enfrente, rematado impecablemente con la pregunta de la anciana.

    Te felicito, vamos por buen camino jaja

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  2. Facundo "Chiquitín" quiero agradecer tu comentario. Lo voy a tomar en cuenta tu para la próxima, había mucho potencial en las nenas y no lo aproveché...
    Igual sé que estamos encaminándonos bien.
    Un abrazo y nos vemos a la noche

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  3. Gustavo, me gustó mucho tu crónica!
    Escribís muy bien.
    No soy experta para hacerte críticas técnicas, lo que te digo como lectora es que me atrapó el relato, y me conformó. Fue exactamente como estar allí en ese momento. Y dijiste todo lo que hubiera querido saber de la simpleza de esos instantes tan cotidianos, si hubiera sido yo un transeúnte más que observa eso mismo.
    Bien!! Te felicito!
    Laura de Quilmes

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