Las nubes de color gris plomo copan el cielo nocturno de Buenos Aires. Desde siempre, las personas han asociado a la luz con la vida y a la oscuridad de la noche con la muerte, por eso los hombres han inventado artefactos que iluminan. Podemos descubrir que durante la noche hay vida, pero, a veces, muy diferente de la que estamos preparados para ver.
Ha dejado de llover, no obstante, el adoquinado del barrio de San Telmo permanece húmedo aún; también el solado de la plaza Dorrego y sus veredas, como la que limita al sur con la calle Humberto Primo, que no es la excepción. De ese lado y sobre la esquina que da al pasaje Aieta gran parte de la plaza y de la acera se transforma en un patio cubierto, debido a un ombú que moldea caprichosamente un toldo natural con sus ramas.
Sobre la acera está parada “Gaby”, quien aburrida, mira su reloj y ve al número diez cubierto por las dos agujas. “La noche está muy pesada”, se queja en voz alta, como si alguien le hubiera preguntado en ese momento ¿Qué te pasa? Es una piba con más de veinte abriles vividos. Tiene bordado en color azul eléctrico sobre el escote de una blusa blanca, su nombre, y dos palabras más arriba de él: “Todo Mundo”, que es el bar para el cual trabaja. Ella, atiende las mesas que el encargado del local hizo desplegar debajo del gigante y frondoso árbol. Solo cinco comensales, que tal vez sean alemanes o ingleses, están consumiendo y charlando en voz baja. Alrededor de ellos, algunas personas hacen las cosas que la mayoría de la gente normal hace en una plaza por la noche. Ya no quedan chicos jugando; es lunes, y mañana tienen que ir a la escuela.
Sonidos de tango, blues y rock surgen desde los bares y restaurantes que rodean el predio de cemento y flotan en la atmósfera bohemia del lugar.
Los pocos autos estacionados sobre Humberto Primo están mojados y cubiertos de hojas. Idéntico camuflaje tiene una gran cantidad de bolsas blancas, negras y de otros colores que están en la misma calzada, agrupadas en los frentes de las casas que miran hacia la explanada turística, y a la espera de que “los muchachos del camión” las carguen con destino al basurero municipal.
El vaho que se desprende de los bultos no es fuerte, pero con solo mirarlos, la mente los evoca. La moza de “Todo Mundo”, que sigue parada en el mismo sitio, intenta observar otras cosas más placenteras, pero solo atina a mirar su reloj, otra vez. Ya son las 11 de la noche, faltan dos horas para que termine su trabajo. De repente, se distrae. Observa como dos nenas, de unos diez años, juntan varios grupos de bolsas de residuos y las amontonan sobre la pared de una de las casas. Una viste minifalda de jeans, medias rayadas con varios colores, remera blanca de manga corta, zapatillas celestes. Gaby la ve muy bonita y piensa que, por su tipo, bien podría ser hija de los rubios extranjeros que están cenando en la plaza. A la otra nena, no la ve tan especial como a la rubiecita, pero es muy linda también, su ropa se nota vieja y gastada, tiene una remera negra manga larga, un pantalón jogging color gris, un buzo celeste atado de la cintura, zapatillas blancas, y su pelo es de color castaño.
Las dos nenas al mismo tiempo abren los envoltorios plásticos y como si buscaran dulces, introducen sus manos y revuelven. Buscan cosas al tacto, luego, las juntan en una bolsa, cuyo contenido ya habían tirado previamente al suelo. Revisan muchas bolsas más, hasta quedar adentro de un anillo de plásticos, papeles, mugre y desperdicios. Parece que estuvieran dentro de un “pelotero” pero sin pelotitas… con basura. Un patrullero de la policía pasa por el lugar, pero a sus tres ocupantes no les llama la atención la escena.
Una viejita muy elegante cruza la calle y camina en dirección a las niñas y cuando está llegando hasta ellas les pregunta: “¿Qué están buscando chicas? Ellas mantuvieron la atención en la búsqueda, asimismo, segundos después le respondieron: “Nada, juguetes”. La señora ya estaba parada junto a ellas y las chiquitas sonrieron sin poder disimular sus nervios. Ella hizo otra pregunta, “¿Sus papis donde están?”, e inmediatamente agregó. “Ustedes no pueden buscar juguetes en la basura.” Una mujer desde la esquina de Defensa y Humberto Primo empezó a gritar en ese momento: “Marina, Claudia, vengan acá; insistió un par de veces más. Cada reiteración tenía un tono más severo. Con las manos llenas de objetos sucios, Marina y Claudia, comenzaron a caminar primero y a correr después, en dirección a la mujer desgarbada que las llamaba.
A Marina y Claudia no les importó dejar a la anciana, sin entender lo que estaba sucediendo, apesadumbrada y sola entre el basural. Ella miraba a las criaturas que se dirigían hacia el bajo, junto a la señora que las había llamado desde la esquina. Las perdió de vista. Como si las tres hubieran ingresado en una cuarta dimensión de ciencia ficción, desaparecieron abruptamente entre las sombras de Humberto Primo a la altura de la iglesia Nuestra Señora de Belén, cuya construcción data de 1735. En ese momento la abuela reflexionó: “¿Será que las luces de la noche sirven para que los muertos finjan que están vivos?"
jueves, 5 de noviembre de 2009
lunes, 2 de noviembre de 2009
CAMPANELLA Y PIÑEYRO - DOS CAPOS DEL CINE NACIONAL DAN CÁTEDRA
Los realizadores de “El secreto de sus ojos” y “Las viudas de los Jueves” cuentan sus secretos y técnicas a los estudiantes
Es un luminoso lunes por la tarde, el sol primaveral cae sobre la Ciudad Universitaria. Una brisa apacible llega desde el río y acaricia las edificaciones. El pabellón tres, a pesar de su figura tosca y gris, parece sonreír cuando sus puertas vidriadas son abiertas por los estudiantes. Casi todos ellos son muy jóvenes, ingresan con sus mochilas repletas de fantasía y futuro, cargando en sus brazos carpetas, dibujos y maquetas. Todo es creatividad, imaginación y buena onda. Es la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. Los de la casa la llaman la “FADU”.
La previa en la cafetería de la planta baja termina cuando el reloj marca las 19.30, todos se dirigen al tercer piso, al salón 301. En cinco minutos las 500 butacas están ocupadas y hasta en los pasillos laterales hay chicos que se apoyan contra las paredes, todas prolijamente pintadas de un sereno, armónico y masculino color azul aeronáutico.
Tres botellitas de agua mineral sobre una mesa ubicada arriba de un modesto escenario, una pantalla de proyección mediana y unos aparatos de sonido conforman el único decorado. Un murmullo fuerte y persistente se establece como música ambiental, todo es energía, empieza a sentirse el calor. ¿Todo bien? Todo bien.
Luz, cámara, acción. Son las 19,40, la “clase abierta especial” de la cátedra de diseño audiovisual II y III de la carrera de diseño, imagen y sonido va a comenzar.
La algarabía estudiantil se transforma en aplauso sostenido. Ingresan, como si no quisieran ser reconocidos, los cineastas Juan José Campanella y Marcelo Piñeyro.
El bajo perfil domina a estos “maestros del celuloide nacional”, que vienen a compartir con los estudiantes, algunas de sus experiencias profesionales. Segundos después, ya se percibe que el nivel de abstracción del auditorio es muy alto. El profesor titular Gabriel Arbós, organizador del encuentro, explica que los invitados han seleccionado una escena de sus últimas realizaciones para analizar en la clase.
Campanella: explica los detalles de la secuencia de la cancha de Huracán que pertenece a la película “El secreto de sus ojos”, según dice, porque debido a su complejidad de elaboración, es una escena que llama la atención de los estudiantes. .
Piñeyro: que eligió de su film “Las Viudas de los Jueves” la secuencia del féretro en el cementerio, argumenta que lo hizo porque es la bisagra dramática de la trama, donde uno de los protagonistas evidencia cómo se empieza a destruir su mundo.
Los conceptos sobre los recursos técnicos y actorales que ambos realizadores exponen, son profundizados por los alumnos que formulan más de veinte preguntas. Además, los chicos quieren saber cómo son las relaciones con los escritores; y con los guionistas; y con los actores; y las negociaciones previas con los productores; y cómo negocian con los dueños de los derechos editoriales; y cómo…
Tres horas casi y los directores siguen respondiendo. Sí, son los mismos que, según el cineasta y catedrático Arbós, “Sumados tienen más espectadores que habitantes de la República Argentina”. Sin embargo, el pulso estudiantil los excita, es evidente.
Ya es de noche, la pasión ha capturado a todos los presentes. Casi sin quererlo, alguien apaga algunas luces para avisar que es hora de terminar. Llegan las despedidas, las felicitaciones, los aplausos. Las sonrisas, instaladas en casi todos los rostros, irradian satisfacción. En armonía todos abandonan el edificio. Afuera ya es noche, la brisa placentera proveniente del río todavía está presente, y arrulla a la mole de cemento. Sus puertas se cierran, hoy, ya no sonreirá más.
Es un luminoso lunes por la tarde, el sol primaveral cae sobre la Ciudad Universitaria. Una brisa apacible llega desde el río y acaricia las edificaciones. El pabellón tres, a pesar de su figura tosca y gris, parece sonreír cuando sus puertas vidriadas son abiertas por los estudiantes. Casi todos ellos son muy jóvenes, ingresan con sus mochilas repletas de fantasía y futuro, cargando en sus brazos carpetas, dibujos y maquetas. Todo es creatividad, imaginación y buena onda. Es la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. Los de la casa la llaman la “FADU”.
La previa en la cafetería de la planta baja termina cuando el reloj marca las 19.30, todos se dirigen al tercer piso, al salón 301. En cinco minutos las 500 butacas están ocupadas y hasta en los pasillos laterales hay chicos que se apoyan contra las paredes, todas prolijamente pintadas de un sereno, armónico y masculino color azul aeronáutico.
Tres botellitas de agua mineral sobre una mesa ubicada arriba de un modesto escenario, una pantalla de proyección mediana y unos aparatos de sonido conforman el único decorado. Un murmullo fuerte y persistente se establece como música ambiental, todo es energía, empieza a sentirse el calor. ¿Todo bien? Todo bien.
Luz, cámara, acción. Son las 19,40, la “clase abierta especial” de la cátedra de diseño audiovisual II y III de la carrera de diseño, imagen y sonido va a comenzar.
La algarabía estudiantil se transforma en aplauso sostenido. Ingresan, como si no quisieran ser reconocidos, los cineastas Juan José Campanella y Marcelo Piñeyro.
El bajo perfil domina a estos “maestros del celuloide nacional”, que vienen a compartir con los estudiantes, algunas de sus experiencias profesionales. Segundos después, ya se percibe que el nivel de abstracción del auditorio es muy alto. El profesor titular Gabriel Arbós, organizador del encuentro, explica que los invitados han seleccionado una escena de sus últimas realizaciones para analizar en la clase.
Campanella: explica los detalles de la secuencia de la cancha de Huracán que pertenece a la película “El secreto de sus ojos”, según dice, porque debido a su complejidad de elaboración, es una escena que llama la atención de los estudiantes. .
Piñeyro: que eligió de su film “Las Viudas de los Jueves” la secuencia del féretro en el cementerio, argumenta que lo hizo porque es la bisagra dramática de la trama, donde uno de los protagonistas evidencia cómo se empieza a destruir su mundo.
Los conceptos sobre los recursos técnicos y actorales que ambos realizadores exponen, son profundizados por los alumnos que formulan más de veinte preguntas. Además, los chicos quieren saber cómo son las relaciones con los escritores; y con los guionistas; y con los actores; y las negociaciones previas con los productores; y cómo negocian con los dueños de los derechos editoriales; y cómo…
Tres horas casi y los directores siguen respondiendo. Sí, son los mismos que, según el cineasta y catedrático Arbós, “Sumados tienen más espectadores que habitantes de la República Argentina”. Sin embargo, el pulso estudiantil los excita, es evidente.
Ya es de noche, la pasión ha capturado a todos los presentes. Casi sin quererlo, alguien apaga algunas luces para avisar que es hora de terminar. Llegan las despedidas, las felicitaciones, los aplausos. Las sonrisas, instaladas en casi todos los rostros, irradian satisfacción. En armonía todos abandonan el edificio. Afuera ya es noche, la brisa placentera proveniente del río todavía está presente, y arrulla a la mole de cemento. Sus puertas se cierran, hoy, ya no sonreirá más.
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